
Como todos los veranos, en 2019 nos escapamos unos días al Pirineo aragonés. Una zona donde poder disfrutar de la naturaleza, de la montaña, y por supuesto de la fotografía nocturna. Los cielos allí no tienen nada que ver a los que tenemos en Madrid, tanto por la menor contaminación lumínica como por la facilidad de encontrar localizaciones a mucha altitud, con cielos más limpios.
Esta ocasión aproveché para ir a pasar una noche en tienda de campaña con mi hija mayor (que en esa época tenía tres años) al ibón de Espelunciecha (ibón es una palabra muy bonita, de origen aragonés, para referirse a los lagos de origen glaciar).
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También puedes ver mi flujo completo de trabajo en el ordenador, desde un procesado básico a fotografías más complejas, como panorámicas, fusión de diferentes exposiciones o apilado de varias tomas para eliminar el ruido.
La ruta no era muy exigente, pero con la mochila con todo lo necesario para pasar la noche, la cámara, el trípode y una niña en brazos puede hacerse muuuy larga… Pero ya sabes, ¡sarna con gusto no pica!
La experiencia fue de lo mejor que he vivido. Estar en ese entorno con mi hija, que disfrutaba de las montañas, de la fauna que nos encontramos y del hecho de pasar la noche en una tienda de campaña es algo que no tiene precio.
Al planificar ese viaje, tuvimos poco margen para escoger las fechas y fue imposible evitar las fases lunares con mucha intensidad. Al estar en una zona montañosa, las sombras que genera la luna son muy grandes, complicando la mayoría de los encuadres.
Lo que intenté con el encuadre que escogí fue aprovecharme de esa diferencia de luminosidad entre luces y sombras para separar el primer plano del fondo y, además, usar el pequeño riachuelo que nace en el ibón para dirigir la mirada hacia el protagonista de la imagen.
Una noche, como muchas otras, donde disfruté del momento y de la naturaleza y, por supuesto, también de la fotografía nocturna.